viernes, 26 de febrero de 2010

FOTOS ANTIGUAS


Una de las cosas que me gusta hacer para pasar el rato es ver, buscar, recuperar fotos antiguas. Hace tiempo que conservo esta sana costumbre, ayudado quizá en aquella época de recogida documental para un libro que me abrió los ojos definitivamente. Hace ahora cinco años, buscaba la imagen antigua más original, concreta, una que fuera absolutamente imposible: llegué a tenerla en mis manos mientras soñaba de noche. La de cierta Virgen (la Virgen, pues) vestida de luto. Luego llegaron las instantáneas de Semanas Santas, antiguas figuras hoy olvidadas o desterradas a localidades inverosímiles… (Ya ven, el otro día me enteré de que el primitivo Cristo de La Borriquita se ha localizado en una localidad onubense, si mal no recuerdo). Y están las del pueblo. Son pocas en realidad, pero cualquiera merece la pena, como esa composición que un nazareno anónimo ha hecho circular por la red y hace poco llegó a mis manos. Lo más maravilloso del asunto es que, bien mirado, esta afición reconocida mía que es la fotografía, cada día que pasa me devuelve una sonrisa. Se hacen viejas, sí, (como yo) pero por eso mismo se acercan irremediablemente a esa categoría a la que aludo, a la de auténtica reliquia. Me desperté esta mañana temprano, y sin darme cuenta caí en consideración: las fotos que comencé a hacer a los pasos a final de los años 80, las que le hice a mi casa, a mi abuela Pepa, las mismas que conseguí cuando pavimentaron la calle, la antigua casa de Dolorcita, que hoy es un solar… pertenecen ya a una visión de lo que fue y no será, de lo que, bien mirado, nos hace sospechar que somos los mismos, pero que en algo hemos cambiado.

sábado, 20 de febrero de 2010

TRATADO DE BUENAS MANERAS


Si un día hablé de la desafortunada imagen de José María Aznar cara a la opinión pública, el episodio del otro día en Oviedo no haría más que sumar un incidente más en su trayectoria. Aun así, esta vez no seré yo quien haga sesudo análisis de la psicología que encierra su famosísima peineta a los estudiantes de una de las universidades más prestigiosas e históricas del país. He leído reflexiones de analistas muy cualificados y la comprensión o el ataque de políticos de uno y otro bando. No hablaré aquí de la falta de respeto del ex presidente del gobierno, ni de ese símbolo (dedo corazón levantado a la concurrencia) de soberbia, grosería, intolerancia y otras lindezas por el estilo. No, porque esta vez quisiera pasar por alto su mensaje, y dedicarme a la gente (universitaria, en fin) que poblaba el Aula Magna para dar así la bienvenida. Centrémonos en la cuestión. Un tipo llega a dar una conferencia a un centro educativo, de gente mayor de edad y cierta capacidad intelectual. Un antiguo jefe de estado que se dispone a impartir una conferencia, una lección de economía a unos pocos privilegiados… (¿o se imaginan ustedes a Zapatero sentando cátedra sobre ese tema?) Y entonces, escucha de los alumnos universitarios gritos desaforados del tipo “asesino” y “terrorista”. Está claro que no cabe ninguna justificación, y la defensa a ese gesto termina aquí. Pero, yo me pregunto: ¿Cuál es el significado de respeto hoy para los integrantes de nuestro sistema educativo? ¿Desde cuándo sirve una universidad para pasar factura política a un profesor, por eventual que sea? ¿Es aquí donde debemos evaluar la formación de nuestros incipientes profesionales? ¿Qué entienden por delicuente esta gente joven? ¿No es precisamente la tolerancia la palabra con la que deberíamos enjuiciar a los universitarios? Qué quieren que les diga. Dentro de la caricatura que de este suceso se ha creado, (cualquier cacareo político no hace sino marear la perdiz y desviar la atención) para mí lo realmente lamentable ha sido comprobar en qué manos está nuestro futuro. Si así están ya las universidades…

jueves, 18 de febrero de 2010

SÍ, CLARO, A COMER


Ponen en la tele, a esa hora en la que normalmente terminamos de almorzar, un sugestivo programa de cocina. No de la alta, sino de esos manjares que se preparan en toda casa de vecino, los platos suculentos –la intención es lo que cuenta– que gusta preparar cuando llegan invitados a sentarse en nuestra mesa. La dinámica del concurso, que de llevarse tres mil euros se trata, consiste en el encuentro de cinco desconocidos que van haciendo de comensales de sus contrincantes-compañeros a lo largo de cinco noches. Desde la temporada pasada, me confieso seguidor del programa. A uno, al que la cocina le trata con desprecio aunque yo lo haga de usted, me maravilla ver las cosas que personas de carne y hueso son capaces de preparar para agasajar a sus concurrentes. Recuerdo que al principio de la serie la atención primaba –lógicamente– en la degustación de los primeros, segundos y postres. Algunos, más ocurrentes, solían pontificar sobre el vino usado, la decoración de la mesa y cosas por el estilo. Así fueron cayendo las hojas del calendario, haciendo de Ven a cenar conmigo un espacio entretenido, didáctico y blanco. En ocasiones, el premio del viernes casi era anecdótico. La gente abría las puertas de su casa para disfrutar del menú y tal... Al final de la temporada, todo fue empobreciéndose. Los participantes votaban cueles suspensos sólo porque veían, en fin, que la evidencia de una buena cena les dejaría sin premio. Llegué a ver a gente que, cual niño consentido, despreciaba tal o cual receta aduciendo que no le gustaba… He visto poner cero sobre diez sólo porque “es que me cae mal”, o lindezas como “no me ha gustado la cena por lo nerviosa que estaba la anfitriona” y así. Dosis, claro está, que nos acercan de lleno a los bajos fondos, la miseria del ser humano, capaz de transformar un ejercicio sano (la buena mesa, la conversación, por qué no, la amistad) en un estercolero de envidias, ataques por la espalda, burla descarada hacia quien se esfuerza en caer en gracia… Y todo por un puñado de euros. El negocio es redondo. La televisión se lucra más con programas con formato granhermano, mientras que los protagonistas por un día hacen oposiciones –efímeras eso sí– a ser cualquier Belén Esteban, Nicky, Amor o alguno de éstos. Así nos va. Y yo, que apenas me trato en confianza con la cocina, que no me veo ahí, que no me veo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

PLANETA IMAGINARIO



Eran inviernos oscuros allá por las cinco de la tarde, una calle empedrada siempre en mal estado, ganas inmensas de jugar al fútbol en el llano de la esquina anegado por el agua. Eran unos barrotes rojos y blancos mohosos pero fuertes, que no dejaban pasar más que algún niñato en busca de tema al parque de la Alquería. Eran dos luces ridículas colocadas casi en el extremo de la vía. Era la televisión en blanco y negro, en color tímidamente después, un técnico con una maleta de cuero repleta de cables y cachivaches, el aparato encima de la mesa del salón. Eran Barrio Sésamo con la merienda, zumos en tarros de cristal de un litro, un juego parecido al Monopoli –copia descarada– al que dieron el nombre de la Isla del Tesoro. Eran, en fin, surrealismo, colores, un lenguaje inverosímil que me costó siempre entender, a eso de las siete en la segunda cadena. Era Planeta Imaginario, un programa raro que jamás supe descifrar, y al que hoy he recordado porque, en fin, eran tiempos para recordar… Recuerden.

domingo, 14 de febrero de 2010

PERDIDOS


Anda perdido este espacio desde hace unos meses y la razón, que quieren que les diga, pues no me sale. No sé, quizás cierto cansancio después de más de dos años manteniendo el sitio, quizás, la falta de motivaciones terminada la tarea de octubre pasado. Será por poner excusas, pero cualquier otra justificación no me cuadra. Se dice que, terminada una actividad que nos ha ocupado largo tiempo, intensa o acuciante, el tiempo de desmotivación o apatía es resultado natural del esfuerzo anterior… Ahora, me resulta difícil escribir, dar opinión siquiera a las miles de cosas que van surgiendo a través de la ventana. Y me molesta, qué diantres, porque este compás de espera me desespera ya. Siento una obligación, -otra pesada carga- porque compruebo que son muchos (bueno, no tantos en cantidad, pero sí en cualidad) los que se acercan casi a diario ante este Hoy es siempre todavía. Espero saber corresponder en mi justa medida, que en eso estamos. Nos vemos.

sábado, 6 de febrero de 2010

¿DÓNDE ESTÁ LA GRIPE A?


¿Qué fue de la gripe A? Han pasado tantos meses desde aquellas primeras voces de alarma que parece que hace mucho, mucho tiempo cuando los gobiernos desencadenaron esa auténtica alarma social que tantos pingües beneficios han arrojado a las principales empresas farmacéuticas. En pleno mes de noviembre, la gente moría de gripe, aunque no importara si era el desencadenante cruel de una anterior y dolorosa enfermedad terminal. En aquellos días de incierto invierno, recelábamos de todo aquel que estornudara cerca de nosotros. Sospechábamos el cierre de colegios en cuarentena, incluso fábricas u otros centros donde el contagio se supondría masivo. Como no podía ser de otra manera, no faltaron los que pusieron en duda el sistema tradicional de comulgar en misa, o lo más sencillo, que es darse un beso o un apretón de manos cada vez que saludamos a alguien. Las dosis antivirales se reúnen almacenadas en algunos países (incluidos España), puesto que no se han atendido los suficientes casos (lo que es bueno), aunque para ello se hayan tirado miles de euros a la basura (lo que es…) Y todo por la tan manida teoría del caos o la histeria colectiva. En estos tiempos, nada mejor que un par de noticias en el telediario, una cadena apocalíptica a través de los correos electrónicos… y a ganar dinerito. ¿Se lavan ustedes las manos con esos geles especialísimos que en algunos lugares públicos se pensó instalar al lado de las escaleras mecánicas? ¿Tienen acopio aún de las famosísimas mascarillas? Dirán lo que quieran, pero como el zumo de naranja, la leche caliente con miel, o en su caso, una buena carrerita por ahí aunque haga mucho frío, no hay nada para sortear la gripe, sea de la letra que sea.