Tocaban en la iglesia para entierro, y caí en la cuenta de que llegó el turno a alguien que hace poco más de un mes se sentaba enfrente de mí en una mesa. La mañana del último sábado de noviembre me parecía distinta: un rumor de tormento se sentía en el aire, por fin frío, del mediodía. El sol hacía testimonio en Los Jardines, acaso por pura comparecencia. He visto pocas veces a tanto curas en un altar para despedir a otro que se va para siempre, he visto, en fin, un cuerpo presente que salía buscando el Paraíso, (sí, la puerta abierta hacia la plaza) con una vara de nardos prendida sobre el féretro… que no en vano nosotros somos flores. Sale uno cariacontecido por tantas veces que la vida nos da una nueva oportunidad para reflexionar, sencillamente, en qué es lo primero, o lo último que nos tocará hacer. En esta escala de valores, una señora se quejaba a voz en grito por qué demonios no se había avisado de que la misa de doce dedicada a los catecúmenos no se celebraba hoy, que ella venía de La Motilla. Cojo el coche, sorteo rotondas, y vengo a parar a un sitio en el que compruebo, y ya es hora, que el futuro está en una cámara de fotografías, un partido de fútbol en San Hermenegildo, acólitos que crecerán, sabedores que un día, en el que se aparcaba una vida, nacían otras muchas: al cobijo gélido de los árboles centenarios de Los Frailes, que nos acariciaron por momentos con la hojas dolientes del otoño más templado, al calor de las carreras infantiles y la calma de conversaciones hermanas. Que toda la vida es ahora, me dije, mientras me despachaba, -dándome la vuelta ya- una apretura en el pecho que precede a las lágrimas.
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo.)
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento.)
Federico García Lorca.
N. del A: Hoy sábado 28 de noviembre, ha tenido lugar el entierro del sacerdote D. Juan Núñez. A esa misma hora, una veintena de chiquillos de la hermandad Sacramental se celebraba una convivencia en el colegio San Hermenegildo.