lunes, 18 de agosto de 2008

POR LA BUENAS O POR LAS MALAS

Estaba yo en 1º de EGB cuando me di cuenta de que el colegio era más duro aún que los juegos educativos y el andar por casa que suponían los columpios, clases con lápices de colores y el Tente que tenían las monjitas de la Guardería Santa Ana. Y no fue dolorosa la mudanza por aquello de la primera vez que los niños van a la escuela tantas horas seguidas, abandonados por las madres impúdicamente. Qué va. No recuerdo que supusiera el antiguo Calvo Sotelo (hoy San Sebastián) un trance imposible para mí. Pero todo cambió cuando sustituí aquellas mujeres de piel blanquísima y trapitos en la cabeza por un maestro que nos tiraba de las orejas cuando hablábamos más de la cuenta o no nos sabíamos la lección. Era un auténtico salvaje capaz de suspender (en el aire) a un chiquillo por importunarle a mitad de una clase. Hubo quien fue al médico por heridas (pequeños desgarros) en la cara posterior de las mismas. Aunque yo no tuve muchos problemas, me daba pánico sólo mirarle a la cara. Veía incomprensible en la inocencia de mis seis años que la mayoría de las madres creyera que era el mejor maestro que podríamos tener en nuestra vida, porque, ahí está la paradoja, el hombre explicaba muy bien (claro, aunque con muy poca paciencia) y la disciplina (ya ven cómo) era para él lo primero de todo. Nunca olvidaré aquel lápiz de color rosa gastado a poco menos de la mitad que sentí, doloroso, en mi cuello. Levanté la mirada cariacontecido y aprecié aún en su rostro la rabia de quien acababa de emplear toda su fuerza física. Así me recriminó que no me callara. Y ahí terminan los acontecimientos de índole violenta que tuve (he tenido) en mi vida como estudiante. En 2º de EGB, con la queridísima señorita Maxi, no llegué a asustarme lo más mínimo, pues su temida frase “Por las buenas o por las malas” no era más que una muletilla incapaz de encubrir sus formas de maestra serena y buena. Ahora, veinticinco años más tarde (bueno, aproximadamente), esta pequeña nómina de sucesos violentos asociados a mi experiencia educativa no vendría a colación si no es para llevarme otra vez las manos a la cabeza. Ya no en el pupitre de los estudiantes, sino desde el sitio de mis primeros maestros, compruebo que habrá este próximo curso escolar profesores con armas en un centro educativo de Texas. Con el pretexto de prever la seguridad, los docentes podrán lucir pistolas en las aulas para preservar el orden, o para evitar cualquier tipo de incidentes. Ha tenido la propuesta la total aprobación de los padres de alumnos, tal vez porque allí la licencia de tenencia de armas te la dan antes incluso de preguntar por ella. Qué ley de calidad de la enseñanza tan rica tendrán los escolares texanos, quizás persuadidos al principio por la pistola de su profesor encima de la mesa cual Sheriff del antiguo Oeste. Puede que con estos apéndices los funcionarios se hagan respetar más y sus pupilos den menos ruido en clase. A lo mejor, con el tiempo todo se haga habitual y los niños regalen balas a sus tutores como se hace en Navidad o al final de curso aquí, solo que con tarjetas de felicitación o un detallito (un reloj, una camiseta de diseño o un collar). Con el cacareado anuncio de defenderse de posibles ataques (son tristemente singulares en EEUU las masacres en institutos), creo que la iniciativa supone una denigrante situación, en la que la fuerza, y no las ideas, estarán por encima de todo. Si a este extremo hay que llegar en sitios tan sagrados, donde en teoría no solamente se deben aprender conocimientos, mejor me hago elegantemente a un lado y a otra cosa. No vale la pena el debate. Hay cosas que no merecen dos palabras de más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En el estado del que nos hablas aun se "hilvanan" al personal en la silla eléctrica (o ahorcados) en aras de la libertad, la democracia y otros tantos valores cada vez más demagógicos. Lo que siento es miedo de que paises como éste sean el espejo donde mirarnos.