martes, 24 de febrero de 2009

EL ALA OESTE DEL CORTE INGLÉS


El deslumbrante mundo allá en el ala oeste del Corteinglés sigue siendo para un servidor un sitio por descubrir. No suelo pasar por planta baja de El Duque poco más que para acercarme a los subterráneos o enfilar la escalera mecánica hacia la planta de arriba. Pero hete ahí que en la tarde del domingo me tocó más o menos que obligatoriamente acompañar a una persona, que, en fin, me ha servido de guía iniciática en esa parcela alejada de toda realidad, que es, ustedes se lo están imaginando, la inefable sección de perfumería y estética del centro sevillano. Sí, porque en este rincón prolífico en personas casi exclusivamente del género femenino, el sufrido lector podrá abstraerse siquiera un suspiro del mundo cotidiano que nos rodea para presenciar toda una fauna (quizás sin flora ya) que se rige por otras leyes paralelas. Pululan por el lugar dependientas que exclusivamente visten de negro. Su indumentaria es parecida a un chándal de domingo, eso sí. Son seres que apenas hablan. Miran circunspectos la llegada de una incauta, a la cual sientan en unos grandes butacones (parecidos a los de los directores de cine, pero como si tuvieran aún las patas más altas) y allí comienzan a embadurnarle de tantos productos, y a preocuparse tanto por su mal aspecto, que dudo que quien salga de allí no acuda rápidamente a un médico asustado de veras por su maltrecha salud. Son las protagonistas de este espacio especímenes en extinción. No van maquilladas, no, sino que parecen mostrar en todo el rostro una fina capa, una película adherida a la tez, desde donde arrancan los pelos hasta la papada. Ay, los pelos. Habrán visto alguna vez peinados atrevidos. Aquí están todos. He observado hoy perplejo a una señora, cuya edad bien merecería un moño recogido y ya está, absolutamente similar a una gallineta, esto es, todo el cuero cabelludo erizado, cual perrito que acaba de ser bañado y se despereza con ganas de tarea tan ingrata para él. Me ha sorprendido, ciertamente, que en este paraíso de los sentidos, las criaturas que en él habitan no manifiestan ningún síntoma de molestia por las mezclas y hedor que proceden de tantos mostradores repletos de frascos con sugestivos nombres franceses, que anuncian fragancias tan desconocidas para mí. Y es que aquí la edad no parece importar. Las dependientas más mayores se esfuerzan inútilmente en competir con las chicas-cañón que se contonean de un lado a otro para regocijo de intrusos como yo. Por eso, la estética generalizada radica en los afeites. Resultado, ojos como mapaches, mejillas sonrosadas a golpe de escobillazo, laca y pañuelos al cuello, que a la fuerza ahorcan. Bah, que bajo mundo sin sentido. Mientras me retiraba ciertamente asustado ante el surrealista microcosmos que había osado usurpar, me sorprendió una chavala con dos cartucheras en sus cartucheras, ya ven, sombrero tejano a la cabeza y dos pistolas, más calientes que las del Coyote, me atreví a conjeturar. No tuve arrestos, eso sí, de preguntarle por aquello que aparentemente promocionaba.

2 comentarios:

J10 dijo...

Qué romeromurubiano te ha salido el artículo, chaval. Pareces un sevillita del siglo pasado atónito ante la promiscuidad olfativa de la modernidad, jajajaja
Te imagino allí con cara de extraño todo el rato, jajaja. Yo he ido nunca, así que no digo nada.

Fae dijo...

Qué pedazo de piropo me has echado! Ni a la punta de los zapatos del poeta palaciego, pero se agradece enormemente. Prueba un día a darte una vueltecita por el lugar de los hechos. Comprobarás que todo lo que me aconteció es pura realidad.¡Tenemos que vernos ya los cinco...!