lunes, 2 de febrero de 2009

MANUAL DE COMPORTAMIENTO


Hay en ciertos acontecimientos deportivos, esos que tradicionalmente han sido minoritarios, un componente especial que conmueve al espectador de un tiempo a esta parte. Si no es por Fernando Alonso, Rafa Nadal o Pau Gasol, apenas ocuparía en los medios veinte segundos sobre la Fórmula 1, el tenis o la NBA. Casi cinco horas pasó aquí un servidor el pasado domingo, para presenciar un partido de tenis, interminable sucesión de números arriba y abajo, sumando juegos y después sets. Jamás ha sido esta disciplina del gusto de la audiencia (ni de la mía personal), salvo en los casos de Arantxa en los años 90 o ahora el manacorí que nunca deja de correr. En la entrega de trofeos, Roger Federer, un tipo muy correcto al que nadie era capaz de ganar desde hace años, rompió a llorar incontroladamente, mientras nuestro Nadal lo consolaba casi pidiéndole perdón por haberle vencido. ¿Qué movió al suizo a descontrolarse de esa manera? Daba mucha lástima verlo derrumbado. Ha ganado centenares de torneos, es quizá el mejor tenista de todos los tiempos… Pero ahora no puede contra el español: se ha preparado hasta el límite este invierno para poder superarle. En ese esfuerzo empleado está la virtud de su derrota. Es un honor perder así, dejándolo todo en el intento. Por ello, esas lágrimas del perdedor nos parecieron desde las antípodas un claro ejemplo de fortaleza, y no de debilidad. Un bello gesto con el que reconocer que es el esfuerzo y la rabia lo que nos mueven por el camino. En este escenario que es la vida, incluso en situaciones extremas el afectado aguanta su último impulso para así contener el llanto. Especialmente en el caso de los hombres, se trata de una especie de tradición ridícula que nos impuso la sociedad desde pequeños. Por eso, quien rompe con los esquemas tan rígidos de lo que es adecuado en ciertas situaciones que se suponen incómodas, merece todo mi respeto y admiración. En esas lágrimas, que no tenían consuelo en fin, está la grandeza de un tipo que sólo se derrumbó cuando vio que ya no tenía más oportunidad de seguir luchando. Entonces. Sólo entonces.

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