sábado, 10 de abril de 2010

UNA MAÑANA LIBRE


¿Han oído a media mañana la tranquilidad primaveral de un pueblo, de un barrio alejado del centro? Yo sí. Casualidades de la vida, dos horas libres y una puerta abierta en el trabajo. El otro día probé esa sana costumbre que es conocer un poco mejor el lugar en el que te ocupas, máxime cuando no es tu lugar de residencia. El sol no picaba, el viejo descampado, extremo de la localidad, se hacía pasillo de margaritas, jaramagos y amapolas, salpicados todos hasta la plaza de la Loba. Media hora de paseo da para muchas conclusiones. La primera, que aún es posible llamar pueblo a un pueblo, pese a que los años pasaron y hoy, en su mayoría, la gente vive con otras formas, otras costumbres marcadas por la evolución. Pero hay un remanso de paz en estos viejos barrios: en los que no pasan coches casi nunca, en los que la gente camina por medio de la calzada sin temor alguno. Geranios, flores de todo tipo en los balcones… como cuando de pequeño faltaba al colegio para ir al médico, me pareció contemplar ese mundo matutino que siempre me perdía en la cotidianeidad de mi calle. Las señoras mayores limpian con cubitos de agua los zócalos de la puerta, las rejas de las ventanas. Las puertas de las casas, casi todas abiertas, sin nadie que aparentemente las cuidara. Conversaciones espontáneas en una esquina… Allí, en este barrio castizo de un pueblo pujante, aún se vive como hace tanto tiempo. Me fui (regresé a mi puesto) con cierta resignación y una duda: ¿Por qué me encontré en dos casas distintas de una misma calle dos sillas agarradas a una cadena a la fachada? ¿Para no tener que sacarla todas las tardes a la hora de la fresca? Quizás no. Quién sabe si se trataba de un recuerdo encendido de alguien que ya no está, y esas sillas simbolizaran los ratos perdidos a la puerta de su casa. Pronto me enteraré.

2 comentarios:

L dijo...

Pues ojalá esas sillas sean un símbolo, un recuerdo...ojalá.

J10 dijo...

Amigo, Rafa, hacía demasiado tiempo que no me pasaba por aquí, y he aterrizado en este beatífico artículo tuyo, tan halagador de la esencia pueblerina de mi pueblo, que ya no lo es tanto, a pesar de la mirada de un nazareno en un rato de descanso... A pesar de tus buenas intenciones, tan poéticas, lamento desvelarte el misterio de la silla encadenada a la fachada. Es una moda creciente precisamente por el barrio de tu instituto que persigue únicamente evitar que los coches aparquen encima de las estrechas aceras, a pesar de que las han agrandado un poquito con el Plan-E. Lo que han conseguido es quitar aparcamientos y el sitio natural de los coches es ahora situarse pegaditos a la fachada de la misma de la gente, con lo que la gente, sabia como siempre, encadena una silla para imposibilitar los engorrosos estacionamientos.
Lamento deshechizarte a este respecto, pero la realidad y la calle mandan.

A ver si nos vemos, canalla. Te llamaré para la presentación de mi próximo libro, ahora en mayo.

Un abrazo.