lunes, 29 de junio de 2009

ODA A LA TRISTE VIDA (HORAS BAJAS III)


Michael Jackson era cantante. También un maniático, ataviado en las galas de una mega estrella e icono de la sociedad postmodernista de finales del siglo XX. Sus extravagancias, vida solitaria, hijos supuestos, ropa de mujer, mascarillas, cámaras isobáricas y blanqueo general de su cuerpo supuso para el mundo, acostumbrado a tamaño espectáculo, una cosa cotidiana que no se cuestionó nunca. Jackson era así: con su Never Land, guantes de pedrería y otras peculiaridades que lo hacían único, idolatrado, ideal fetén de espectáculo y glamour. Ahora va y se nos muere, algo impensable si tenemos en cuenta que los famosos famosísimos se resisten a hacerlo, y menos sin avisar. Como sucede en estos casos, es ahora cuando toca redimirlo de sus últimos pecados. Me escandaliza ver a su familia, ex empleados, una enfermera humanitaria y más panda que habrá de venir, cacareando que sus últimos días fueron miserables. Que no probaba bocado, drogado todo el día, calvo, esquelético y un tanto desorientado, marioneta de unos pocos que le sacaban tajada. Y qué triste. Lamentable que sean ahora los padres quienes clamen por la salud maltrecha de su hijo, o de tanto médico vividor que consintiera todo al que ya era nada. Qué dolor terrible que nadie mueva un dedo por un ser humano acabado. Ahora son todo lamentos, padres en coche y hermanos sacando tres camiones de mudanza de la mansión del finado, antes de que se reparta la herencia. Lo peor tendrá que venir, con nuevas conjeturas, detalles morbosos, fotos prohibidas, detalles imposibles. Qué poquito hubiera hecho falta para arreglar lo que hoy ya es tarde. Pero la vida manda, y el dinero, más.

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