domingo, 7 de junio de 2009

SIN CONDICIONES


No había muchas palabras que decir hace hoy una semana, más bien, o callar prudentemente, o gritar, llorar y maldecir antes de tirar vallas a la policía o asustar a los jóvenes aficionados a las entradas del estadio. Pero ha pasado una semana. Como la realidad es tal cual es y no se puede quitar ni una sola coma, creo que los béticos aceptamos, con esa resignación histórica, la verdad de 42 puntos, un gol menos, y a Segunda. Siete días para estar tristes, cariacontecidos, enrabietados en el trabajo, por medio de la calle o cada vez que se enfrenta uno a los periódicos. Pero es lo que hay. Y en todo ejemplo hay una virtud. Si el Betis, que a lo largo de su existencia ha sido un cúmulo de claros y sombras será por algo. Cuando todo iba mal y desde la grada veía el indecente partido ante el Valladolid, entendí que las figuras que se veían desde tan alto apenas se reconocían. Daba igual su nombre, y tanto así en el caso del equipo contrario. Por eso, me atreví a aventurar qué pasaría en la Segunda División. Habría de nuevo once jugadores trotando en el campo, más despacio y quizás con la misma desidia que siempre… y habría miles de aficionados sacando banderas, bufandas, luciendo camisetas centenarias como si fuera Primera. No pasaría nada. El escenario sería el mismo: un presidente metido en su casa, un árbitro y dos jueces, el césped reluciente… En esa aceptación, las lágrimas de los aficionados tienen sentido. Qué más da en la categoría que estemos. A cada gol que recibimos (una bofetada, un pisotón, otra caída más en la vida), gritamos ¡Betis!

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