Ya está aquí la primera felicitación navideña. Bueno, en mi caso, la segunda, pues una familia joven amiga nuestra me envió hace unas horas una fotografía tomadas hace poco en Roma. Hoy, un periódico sevillano anuncia a bombo y platillo que es la imagen que se aprecia ahí arriba el chistma que está causando furor en la comunidad internauta. A mí me parece muy bien. Es original, sorprendente y cuidado. Es cierto que, con cierta fortuna, el lector de esta página ya habrá pensado, como un servidor, que la imagen no es nueva, sino que ha venido circulando en correos y sitios web de amigos desde hace más de una semana. Un compañero de trabajo, Macareno él, me la enseñó, pero sin la felicitación que se le acaba de añadir, ni el Ángelus que enmarca la imagen. Tengo la impresión de que ha sido la pericia de un tercero lo que ha hecho que esta foto, ya de por sí conmovedora, inunde el universo cibernético en una pocas horas. Todo esto me viene al caso porque andaba preguntándome en estos días si tiene el fenómeno navideño un significado que compartamos, de manera general, todos los que entramos en él a formar parte (compras navideñas, la cena, los paseos por el centro iluminado, sorteos varios y cestas a tutiplén…) Ciertamente, me preocupa la tendencia que ponen de manifiesto ciertos poderes fácticos –ésos que ustedes y yo sabemos– que, aprovechando la memoria histórica y la libertad religiosa y tal, pisoteen las creencias que, –demuestren lo contrario– siguen siendo mayoritarias… bueno, más o menos. Que me gustaría a mí ver a Torrijos y compañía trabajando el día de la Inmaculada, por ejemplo: qué vergüenza un descreído descansando en honor de alguien en quien no cree. Pero bueno, como soy consciente de que estoy divagando (en este fin de semana lo hice por la ciudad de la Gracia) mejor me olvido por un momento de todo esto, que, ya ven, en una simple imagen se resumen muchas cosas: me alegro, sinceramente, de que los correos electrónicos estén a rebosar.
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