domingo, 20 de diciembre de 2009

YO TAMBIÉN LA HE VISTO


Tamaña confesión ha de ponerme en el lado de la sinceridad y la conmiseración, más que en la vertiente cotilla e indiscreta de los más de seis millones de personas que el otro día vieron la estelar reaparición de Belén Esteban en el Sálvame Deluxe. Es cierto que la excusa que aquí propongo es débil e incluso injustificada, pero a mi favor debo reconocer que un servidor de vez en cuando se deja llevar por ese término teórico que es el de la “persuasión por mayoría”, que en cristiano viejo dice que “uno hace lo que todo quisque”. El caso es que en la madrugada del sábado volví a ver a la Esteban tras la restauración facial de la que ha sido objeto… No en vano ella, que en su haber tiene la increíble proeza televisiva de haber tenido una niña con un torero, es la estrella rutilante de Tele Cinco desde que Ana Rosa y Jorge Javier alcanzaran su gloria sacando provecho de la vulgaridad y rareza de esta chica de barrio madrileño. Es su liderazgo mediático un fenómeno sin igual en la sociedad española del siglo XXI. Se lleva la tía la sonrisa y simpatía de la gente, la aplauden a rabiar cada vez que abre la boca, lloran, histéricas, algunas fans sólo por el hecho de verla en el plató después de dos semanas largas de ausencia… Belén es la propia caricatura de ella misma. Su papel de pordiosera cultural la ha encumbrado, y su aspecto (nariz indescriptible, ojos saltones y rostro demacrado) contribuían a una ideal global que todos teníamos sobre ella: infeliz, absurda e ignorante. Por eso, su nueva imagen desconcierta. Por mucho que se oiga por ahí que está más guapa, no sé, más llevadera, todos hemos apreciado lo precario de su condición. Es tan efímera, tan insustancial, que la reconstrucción de la jeta hasta le ha cambiado el tono de la voz. Y no sólo eso. También, sus malas maneras, sus gritos intempestivos, su inconcebible salvajismo. Un cambio de estado tal, que sospecho no hace sino evidenciar lo poco que se estima alguien que, pensando que su cara es otra, su persona también ya lo es, aunque sea por defecto.

2 comentarios:

L dijo...

Los freaks o monstruos televisivos son la expresión de nuestros miedos subconscientes, de nuestras vergüenzas sociales y de nuestros fracasos colectivos.
Esta pobre muchacha es un fracaso a todos los niveles. Unos la endiosan porque se ven reflejados en ella. Otros la odian porque simboliza todo lo reprobable.
En España el monstruo es ella.
Aquí, los monstruos televisivos son los personajes antisociales o raros, los borrachos y las antifeministas.
En fin, cada nación tiene sus propios monstruos.

Mari Valme dijo...

Yo no podría haberlo dicho mejor, literaturainglesa. Fae, añadiría yo, que la mona aunque se vista de seda, mona se queda. Y no puedo comprender cómo se enorgullece de no tener estudios, culturilla general, etc. y lo más sorprendente, los aplausos del público cada vez que abre el pico. ¿Hasta cuándo le durará?