domingo, 6 de diciembre de 2009

LIBROS ANIMADOS


Venía el otro día en la tercera de cierto periódico sevillano la historia de un sujeto que coleccionaba libros. Bien mirado, el tema ya de por sí sería novelesco, a tenor de los múltiples ejemplos que nos encontramos en informes Pisa y sucedáneos. Una pequeña biblioteca en casa, con un puñado de volúmenes que no sólo sirvieran para atrapar el polvo, bien se convertiría en un tesoro siempre insuperable, pese a los Googles, Wikipedias o Encartas que los jóvenes actuales creen como solución a todos sus problemas. Hoy, cuando precisamente se proclama que España es uno de los países con peor índice de comprensión lectora de Europa, un señor que guarda libros en su casa es poco menos que un Quijote. Un tipo anónimo sin más, que hizo de su vida una aventura en busca de los títulos que le faltaban de tal o cual autor, de ésta o aquella temática. Su cruzada, rara enfermedad que temo no se hará nunca endémica, consistía en un más allá, una especie de superación a la página en blanco tras de la cubierta, ésa que se nos muestra inmaculada cada vez que abrimos un ejemplar. Fulanito de tal, en fin, amasaba más de ocho mil obras literarias autografiadas y dedicadas con la firma de su creador. En busca siempre del libro por consagrar, creo que con la rúbrica del autor nuestro protagonista quería dar más vida al libro que tenía en sus manos. Un abrazo, o algo parecido, entre una criatura perdida y su padre, de cuyo feliz encuentro era responsable este incansable entusiasta. No en vano reconoció que con la firma, los libros recibían su “bautizo laico”. He conocido por causalidad su historia, y mientras, he caído en la cuenta de la hondura, la sustancia que rodeaba los libros firmados de este lector: cada joya que cayó en sus manos sirvió para una comunicación perfecta, ésa que, cara a cara, se produce entre un autor, el lector y su obra.

1 comentario:

L dijo...

Una de las cosas que más envidio de Suecia es el hecho de que cada hogar, por muy humilde que sea, tiene una pequeña biblioteca. El hábito de la lectura está muy arraigado: leer es una necesidad y una costumbre.
Y desde luego, ese hombre es un auténtico Quijote, pero sin una mota de locura.