jueves, 24 de julio de 2008

AMO LA BICICLETA...


... porque me ha dado un alma capaz de comprenderla.
¿No es, en la historia de la humanidad, el primer logro de un ser inteligente
para combatir las leyes de la gravedad? ¡He ahí unas alas!"
Lo que viene a continuación me hubiera gustado haberlo escrito yo.
Como resulta imposible por razones de estilo evidentes,
he visto emocionado que al menos
exactamente trata la misma idea que en este blog se defiende
muy frecuentemente. Mi pasión por el ciclismo bien merecía
una primera entrada de altura,
y por eso será ésta. Resume con la pureza de palabras
escogidas todo lo que hay ahí detrás de seis horas subido en la bicicleta.
Léanlo, de verdad; responde a una filosofía de la vida.
Para mí eso es el ciclismo:
un todavía, la posilidad de lograrlo todo con nuestro esfuerzo.


Juanma Trueba | 24/07/2008

En el deporte (y en la vida) las buenas historias son fronterizas. Nos emociona tanto la irrupción de un joven campeón como nos conmueve el éxito tardío de quien lo probó mil veces y acertó en la última. La edad es un potenciador de las proezas y, según los casos, nos permite disfrutar de la explosión de las hormonas o saborear la solera de la madurez. Al mismo tiempo que admiramos los cuerpos invencibles nos gusta pensar que hay una alternativa para la juventud.
Carlos Sastre Candil (cuyas iniciales coinciden con las de su equipo) tiene 33 años y aunque no se puede decir que es un ciclista viejo, lo será pronto. Tal vez por eso sus emociones, incluso en el podio y vestido de amarillo, parecen tamizadas por el descreimiento.
Sastre ha estado cerca muchas veces y ha sido favorito muchas otras. Y a esos vientos que forjan el carácter se suma una personalidad discreta, alejada de cualquier extravagancia. Un problema en estos tiempos. Sin otro rasgo que lo defina más que la constancia, Sastre se ha visto relegado en el afecto popular por ciclistas más divertidos, irresponsables, imprevisibles o glamurosos. Ciclistas peores, en muchos casos, pero que hubieran multiplicado el efecto de una exhibición en Alpe d'Huez.
No sólo ha peleado contra eso. Sastre también se ha batido contra ciclistas mejores por condiciones físicas o químicas. Su debut en el Tour coincidió con la tiranía de Armstrong y en sus intervenciones en el Giro y en la Vuelta chocó con la esporádica inspiración de rivales a los que no divisaba ni en los Alpes ni en los Pirineos.
Su historia recuerda a la de Joop Zoetemelk, un corredor holandés, ustedes recordarán, que ganó el Tour de 1980 a los 33 años (curiosa coincidencia), después de una década combatiendo, sin éxito y sin carisma, contra Merckx, Ocaña, Thevenet, Van Impe o Hinault. Para culminar su explosión tardía el viejo Joop, ya liberado, se proclamó campeón del mundo a sólo dos meses de cumplir los 39 años.
Pero queda un tramo para confirmar el paralelismo. Carlos Sastre completó ayer la mitad de una hazaña fabulosa. Atacó al pie del Alpe d'Huez y recorrió en solitario las curvas del monte mítico. Su asalto redimía una etapa de vigilancia, desesperadamente controlada. Y cuando temíamos lo peor, sucedió lo mejor. Sastre demarró y sólo Menchov se pegó a su rueda. Hasta que no pudo más.
A partir de ese instante se escribieron dos novelas. Una de superación, sobre la soledad del corredor de fondo, y otra de intriga, sobre la ambición y el deber. Mientras Sastre boqueaba en busca de oxígeno y tiempo, los hermanos Schleck se enfrentaban a un problema ético...

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