miércoles, 23 de julio de 2008

CAMINOS

Supongo que habrá sido una coincidencia, pero no me negará el curioso lector que cuando uno se encuentra casualmente con varias personas a las que hacía muchos años que no veía, el hecho en sí, al menos, te deja en el cuerpo una sensación extraña, entre una tristeza y una alegría que se mezcla con un recuerdo feroz que nos hace ver, de nuevo, todo lo que ha pasado en todo este tiempo. La cosa es que acabo de cruzarme en la calle, sucesivamente, con dos personas de las que hacía nada menos que diez años que no tenía noticias. En su momento fueron grandes amigos, compartimos muchas horas juntos: de nosotros fue una época incierta, porque no en vano coincidió con nuestra más tierna juventud. Será cosa mía, pero cuando me ocurre algo así, me encuentro algo más inseguro que de costumbre, pues me cuesta reconocerme igual que antes. Me gusta mirar con detalle el rostro de mi interlocutor, pero enseguida me doy cuenta de que no hay esa conexión que tuvimos en aquellos días. Es cuando me arrepiento de todo. Pienso en qué demonios estaría yo enfrascado tantos minutos y segundos, reunidos en ramilletes de hojas de calendario. Sin darme cuenta, esa persona que está ahí, sonriente, también me ofrece una duda. Que ya no es como antes, que el repaso que hacemos de nuestra vida, transcurrido este gran ínterin, se basa en muchas preguntas muy superficiales. Me da alegría el reencuentro, claro, pero la rabia es máxima, porque considero que hasta esta situación nunca debería haber llegado. Una vez, sí, me dijo alguien que esto era normal. Los esfuerzos por mantener unido lo que las circunstancias o la vida misma iba a separar resultarían, a la larga, en vano… Con todo lo expuesto, apuesto por una no-rendición, un último intento para conservar ese penúltimo contacto con mi realidad. Hoy me separé de Eva y Daniel con un adiós emotivo. En la despedida (curiosamente en ambos encuentros distintos cada uno llevaba sentidos contrarios) volví la cabeza hacia ellos para comprobar que de espaldas seguían su curso. Yo seguiré con el mío, pero este adiós, como entonces, no quisiera que fuera nunca el definitivo. Hoy es siempre…

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