domingo, 6 de julio de 2008

NARRACIONES EXTRAÑAS DE VERANO (II)

Aquel día en que se fue por la puerta, anunció a gritos que no volvería de ninguna manera. No hacía falta que lo dijera a gritos, pensó su compañera de piso cuando agradeció por fin su ausencia. Atrás quedaban varias semanas de desencuentros, alguna que otra pelea y un arrumaco atrevido para arreglar lo que ya estaba definitivamente desarreglado, por más que no quisieran darse cuenta hasta entonces.
Aún con la rabia contenida, la joven se secó las pocas lágrimas que le quedaban con la manga de la camiseta azul. Sabía que poco importaba ya que se estropeara, acaso el último regalo de quien se iba para siempre. Miró alrededor de la habitación y nada parecía lo mismo. Era como si se encontrara en un lugar distinto, sólo que era incapaz de moverse del sitio por temor, quizás, a perderse.
Sentía el pávido frío del mármol sobre las piernas, tirada casi sin querer en el piso. Un temblor agudo se instaló en su mente, como si algo la punzara con amargo dulzor. Cuando logró levantarse, vio que la ciudad no había parado su actividad frenética siquiera un momento; no merecía la pena. La luz radiante entraba con aplomo por entre los visillos. Respiró aire puro, miró hacia el horizonte y esbozó algo semejante a una leve sonrisa.
Una vez libre de recuerdos, se decidió. Entre otras cosas lógicas dentro de su mochila había una guía de hoteles que le regalaron hacía meses en el trabajo, las llaves de un coche de segunda mano y un paquete de pañuelos.
Todo volvía a comenzar ahora.

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