martes, 2 de marzo de 2010

SI TE DICEN QUE CAÍ


Conocí a un tipo que leía cada mañana El Quijote, al que daba el mismo tratamiento que a la propia Biblia. Lo tenía puesto en la mesa del comedor sobre un atril dorado, abierto por la página que lo dejó en la anterior jornada. Hablaba de él con un entusiasmo casi religioso. De la novela de Cervantes, decía, se sacaban jugosas lecciones para la vida. Por eso, nada mejor que sumergirse en la lectura de una de sus hojas, al tiempo que se engullía el cafelito y las tostadas. Era yo entonces muy niño, y hubiera tomado por mentecato a mi interlocutor, si no fuera porque yo guardaba celoso respeto al protagonista de la serie de dibujos animados que en aquellos felices 80 ponían por la tele después del parte. El Quijote. Con los años, he de dar la razón a quien pronunció aquellas aseveraciones, pues, cual poderoso sortilegio, en esta obra universal encontré (encontraremos) respuestas para miles de casos. Las hay cultas, cinceladas en la áurea verdad y sabiduría nacidas de la prosa escogida del ingenioso autor. Las hay sencillas, de andar por casa: toda una cosmovisión, única, simpar, de la mano de los refranes y todo el saber popular que se representa en la historia del hombre de la Mancha. Ah, los refranes, qué sabia interpretación del conocimiento humano se desprenden de Sancho y compañía… Esta misma noche me he acordado de la pareja. Y es que, como diría el cuerdo-loco escudero, más vale caer en gracia, que ser gracioso. La sospecha es mala consejera. Es lastimoso tratar de hacer reír con las mismas armas que ya se conocen: de eso saben poco los responsables del programa El club del chiste de Antena 3. Qué forma más chabacana y triste de proponer como nuevos unos chascarrillos que en su mayoría todos ya hemos oído. Que por tamaña afrenta, Don Quijote ya se hubiera puesto en guardia. Que ya está bien, hombre, de maltratar al personal con lindezas de este calibre.

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