domingo, 20 de enero de 2008

SERVIDOR AL APARATO


Una de las miserias que hoy día tiene el ser humano asumida como propia, intransferible, es la dependencia del teléfono móvil. Hace pocos años recuerdo a mi amigo Joaquín alabarme por ser uno de los pocos, me dijo, que aún no había sucumbido a esta cofradía. Aunque, con el tiempo y alguna necesidad, me sumé a eso de las nuevos adelantos tecnológicos, y comencé mi singladura como usuario como todo el mundo: eligiendo mil y una melodías al principio, dando toques al personal a diestro y siniestro, teniendo el aparato en todo momento encima, y por supuesto, mirándolo a cada rato como si así se produjera el milagro de la llamada esperada.
Dejando aparte la evidencia de que los móviles ya nos han sacado de más de un apuro, me gustaría insistir en una teoría que vengo perfeccionando acerca de los mismos, propuesta seudo-científica perfilada tras la asistencia, el otro día, al teatro municipal. Por si fuera poco la novedad que allí acontecía, ahora que el Ayuntamiento ha apreciado casualmente que en este recinto es aconsejable la presencia alguna vez de compañías dramáticas (y no de cine), confieso que acudí entusiasmado para presenciar La señorita de Trevélez, divertidísima moralina de Carlos Arniches para las tablas de comienzos del siglo XX.
En Dos Hermanas, qué más da reconocerlo, la cultura y el afecto a la dramaturgia no va muy allá que digamos. De esta manera, la primera interrupción, cercana molestia por el sonido chirriante de un teléfono móvil no me sobresaltó. El ínclito receptor, como un resorte, salió disparado del patio de butacas como si detrás estuviera la respuesta al sentido de la vida. Sin más dilación, se produjeron a lo largo de la obra hasta cuatro llamadas más en otros tantos espectadores distintos. ¿Razones de primer orden para no apagarlos tras el bochorno inicial? ¿Nadie pensó que si su móvil, estando encendido, podía molestar igual que los anteriores? Mejor nos acercaremos a la verdad si establecemos esta ley sobrenatural que intento sostener: Algunos tienen en el teléfono móvil el arma más permitida si se trata de pensar solamente en nuestras necesidades; el instrumento definitivo con el que no debemos dar cuentas a nadie; la pieza indiscutible con la que pasamos desapercibidas nuestras peores virtudes: la falta de educación, valores, vergüenza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ayer, a las once y algo de la mañana estabamos celebrando Funcion Solemne a san Sebastián mártir, patrón de Dos Hermanas. Pues bien, en el transcurso de la misa a alguien, desconozco a quien, le sonó el móvil, por la brevedad (y el volumen) caí en la cuenta que el receptor rechazó la llamada, pero esto no le hizo apagar el aparato, con lo que unos segundos después comenzo de nuevo a sonar, por segunda vez, en el transcurso de la Eucaristía...
¡Hermanos un poco de cordura!

Anónimo dijo...

Al margen de lo comentado al hilo del móvil por el sacratísimo Chicuelo, el otro día venía en El País un interesante reportaje sobre el protocolo y la cortesía nuevos que generan las tecnologías de la información. Creo que hablaba el autor del reportaje de cyberetiqueta o un palabro así. Y no sólo se hablaba de las incorrecciones por cuenta del móvil, sino del correo electrónico y los dichosos mensajitos. Me llamaba la atención, por ejemplo, que se pusiera el acento sobre la naturalidad con que se usa hoy el móvil incluso en un espacio hasta hace muy poco santo como es la mesa a la hora de comer. No sólo los empresarios de altos vuelos que no pueden separarse del aparatejo, sino cualquier pringao se deja ver en cualquier bareto con el terminal sobre la servilleta y casi manchado de aceite. Y encima, si lo llaman, no duda en dejar a su compañero comensal tirado durante diez minutos o los que vengan bien. Realmente, estos nuevos instrumentos comunicativos nos están sirviendo para la incomunicación... La vida.

Anónimo dijo...

Al hilo de lo que comenta el "opusino" Álvaro sobre los modos en la mesa con el móvil, aprovecho para suscribir sus palabras y agregar que hace unos años llegué a oir en la tele, que eso de colocar el móvil sobre la mesa a la hora de comer era comparable a cuando en las peliculas del oeste el forajido de turno colocaba su revolver sobre la mesa del "saloon" como forma de mostrar su superioridad, ¿curioso verdad?