miércoles, 10 de septiembre de 2008

LLENO, POR FAVOR


Quien me conozca algo más de cerca sabrá de mi pasión por el ciclismo. Jamás he despreciado el deporte más duro pese a las retransmisiones soporíferas o los escándalos de dopaje. Siento profundo respeto y admiración por personitas enjutas que sacan fuerzas universales para hacer un pulso a las leyes de la gravedad: ascendiendo a puertos que llegan al cielo, descendiendo a los infiernos de carretera mojada y pendientes mortales de necesidad. Por eso me duele hablar hoy de ciclismo. Qué paradoja, ya ven. La bicicleta nunca fue un arma siquiera arrojadiza, y hoy, como un puñal, Lance Armstrong anuncia, ufano, que vuelve la próxima temporada al panorama profesional. Y con 37 añitos, tres de los últimos retirado. Fíjense que la noticia, que bien podría ser festejada por la valentía de reencontrarse cara a cara con el dolor tantas horas ahí subido, no me sugiere nada de optimismo. Vuelve Armstrong como se fue, alardeando, dando ejemplos de por qué no será respetado en la historia de este noble deporte, pese a que se llevó el colega siete Tours de Francia consecutivos. Sus palabras lo delatan. Cuando se fue, allá por 2005, las primeras acusaciones de dopaje se cernían contra él. Con algo de fortuna las fue salvando, pero jamás se librará de comentarios, confesiones en libros y testimonios en juicios de ex compañeros o masajistas que reconocieron estas prácticas ilegales dentro de su equipo. Aún colea esa polémica de su orina congelada en 1999. En ese contraanálisis habría mucho por descubrir. Pero ahora anuncia que se suma al pelotón en 2009, argumentado que desea despejar las dudas de entonces. ¿Querrá decir quizá que ahora correrá sin doparse, como presuntamente hizo con el famoso EPO, que se le salía por los ojos (presuntamente)? Su reencuentro con este deporte, de veras, me llena de tristeza. Manifiesta el texano que su intención es participar en el Tour de Francia “y no para ser segundo”. Está en su mente ganarlo por octava vez. Lo que para algún lector no es más que una sana ambición, para mí no es otra cosa que una vulgar osadía, un menosprecio más a los que sumar cuando hace tres años se fue, poco antes de esta etapa macabra de registros policiales y sospechas en todos lo foros de opinión. Hoy, quien va muy rápido está en el punto de mira, y ya está. Y no es justo, no. No me parece de recibo que argumente que su regreso se fundamenta en que con ello desea concienciar a la gente acerca de la lucha contra el cáncer, cruel enfermedad de la que él se recuperó, estando ya al borde de la muerte. Entonces fue su mayor triunfo, del cual nos alegrábamos todos. También he llorado por ciclistas que se quedaron en la cuneta literalmente, sin conocerlos de nada. Bajo su mandato, el ciclismo entró en barrena. Era un dictador dentro y fuera de la carretera, y con su marcha se cerró un ciclo para olvidar. El regreso ha cogido por sorpresa a todo el mundo. Aún su figura implacable genera cierto miedo, no sé, inquietud quizás. Su arrogancia no tendrá precio: dice venir a un equipo sin cobrar, pero no tiene aún formación ¿tan seguro está de ganar? Un ser humano normal, por muy Armstrong que se llame, no puede ganar el Tour de 2009 por mucho que se entrene-estimule durante estos 11 meses que le aguardan. En ciclismo, un leve parón de unos meses, un año de lesión por ejemplo, supone un retraso físico de años con respecto al pelotón. A Lance se le ha parado el reloj. No creo que lo ponga en hora.

No hay comentarios: