viernes, 26 de septiembre de 2008

NOMENCLATOR PITUFERO


¿Han probado alguna vez a poner diminutivos a los alumnos de su aula? Es una experiencia aplicable también a otros órdenes, como los chiquillos de la urbanización, las compis de danza de su hija o sus sobrinos o primitos cuando la paella del domingo. Es en clase el lugar en el que más sorpresa causa llamar a M. Ayala Ayalita, o a David R. Davicito. Si el apellido es largo, como Ganfornina, Ganfor viene muy bien. Particularmente apuesto por un término de no más de tres sílabas, manía de hace años, bah. María de los Dolores es Mariló, por mucho que le digan en casa Dolores o Lolita. Luis Miguel es Luismi, Rosario es Charo, José María, Josema. En 4º tengo a dos de éstos, así que uno, lo siento mucho de verdad, es López. Rompemos la regla para crear nuevos nombres a otros tan conocidos ya: Antoñito en lugar de Antonio, Isabelita por Isabel o Eleni en vez de Elena. Indianita, Dominguito, Irenita y compañía se fueron, pues se hicieron mayores sin que nos diéramos cuenta. Su recuerdo sigue por aquí, sin duda. Como es el caso de los personajes de Cervantes, hoy caigo en la cuenta de que el estado de cada cual, tan cambiante como así es la vida, motivaría la inmedita sustitución de estos cariñosos apelativos. Vemos crecer a nuestros adolescentes a cada milímetro. Nos llevamos las manos a la cabeza, también, porque todo pasó muy rápidamente… Y vuelta a empezar.

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