jueves, 26 de marzo de 2009

TANTAS FORMA DE CAER...


El peor de los refranes que debería utilizar para comenzar este comentario es aquel que reza “No hay mal que por bien no venga”. La caída, y posterior rotura de clavícula de Lance Armstrong, que se produjo hace varios días en la Vuelta a Castilla y León, resulta que no es tan simple como parecía. Ha habido casos de ciclistas completamente restablecidos en unas pocas semanas, e incluso han podido mantener el estado de forma pese a la supuesta inactividad. Pero el caso del americano, y fíjense que me entristece cualquier efecto de dolor, le impedirá recuperarse “completamente” entre dos y tres meses. Demasiado para el antiguo líder del pelotón mundial, me parece. Sus planes, tras tres años de inactividad y 37 desde que su madre lo parió, eran cualquier cosa: prepararse en el Giro de Italia y aparecer rutilante en el Tour de Francia ¡Con la intención de ganarlo! Y claro, personalmente conjugo dos tipos muy distintos de lástima para el caso. La primera, muy sincera, resultante de que un deportista vea frustradas sus expectativas por cualquier tipo de lesión. La segunda, creciente en importancia para mí, porque temo que la rotura de su clavícula será el salvoconducto para salir indemne del ridículo que le esperaba en condiciones normales. Cuando baje a la carretera desde los mismos cielos y se tope con la cruda realidad, la de que un pelotón que ya no le esperará, la de que cualquier tiempo pasado fue mejor, quizá su bravuconería... su ufanidad y falta de respeto casi no se verán afectados. Qué pena que se hubiera caído. Verán. Hay caídas que, sin rozarse siquiera por el asfalto, duelen más que un batacazo de boca.

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