miércoles, 8 de septiembre de 2010

CARTAS CON SELLO Y TODO


¿Saben ustedes la última vez que escribí una carta? Me refiero a las de verdad, las que se rellenan en una hoja del cuaderno o un folio en blanco, siempre tomadas a pulso, y no a máquina u ordenador. Por supuesto, ésas que posteriormente se envían por correo, preferentemente en el buzón que hay en la esquinita de la plaza de tu pueblo. Sí, porque las que se pergeñan romanticonas para la novia, y se dan en mano cuando te despides de ella al llegar a su calle no entran en nómina. No sé, son menos auténticas que las otras a las que aludo. Les decía que yo hace muchos años que no escribo una carta, carta. Ni siquiera esa especie de subgénero que vienen a ser las postales veraniegas. Desde pequeño, me preocupaba mucho que cualquiera que la tomara en sus manos, el cartero, por ejemplo, supiera dónde estaba mi amigo Curro y cómo se lo estaba pasando en la playa de Rota. Eso sí, cartas no escribiré de puño y letra, pero he cotejado, primero por descubrimiento, y después por curiosidad, los centenares de correos electrónicos que almacena mi servidor automáticamente. Desde hace tres años para acá, el infeliz me está atesorando de una mini biografía virtual de ida, porque ya les adelanto que las vueltas (los archivos recibidos) los suelo borrar recién leídos por una costumbre que no sé explicar, aunque tendrá que ver con las referidas tarjetas postales de mi niñez. Como iba diciendo, es que ya no se escriben cartas como las de antes. Entiendo que el servicio de Correos se estará reciclando en nuevas atenciones al cliente, porque ni siquiera ya la gente envía sobres a la televisión con tapas de yogures o códigos de barras de Gallina Blanca. La cultura del sms, ya ven. Aun así, sé que el género epistolar, tan vanagloriado a través de los tiempos en la historia de nuestras letras, tiene aún a algún ingenioso adalid que, quizá no lo sepa, está constituyendo un verdadero corpus literario en su vida cotidiana. Gente capaz de sobrevivir a las nuevas tecnologías, sin que se note, es decir, sin menoscabo de perderse o quedar rezagado, merece todo mi reconocimiento. Así que aquí y ahora manifiesto mi entusiasmo por este modelo tradicional y tan poco repetido que es el de correspondencia previo franqueo, situación romántica tal que intuyo no haré en cuento termine esta entrada. Internet nos está pasando factura. Ah, en breve les hablaré del protagonista de esta historia, que bien no soy yo, aunque sí me gustaría ser el destinatario de alguna de sus misivas. Eso sí, sólo de vez en cuando.Vale.

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