sábado, 4 de septiembre de 2010

LA RUEDA DE LA FORTUNA


Que hayan pillado a Lázaro (Jesús NeIra) en plena melopea mientras hacía eses por la carretera no me provoca sino disculpar lo contingente que es la condición humana. De salvador a reo, el protagonista de la heroica defensa a aquella (indeseable) mujer se hizo tan popular en esta sociedad carente de ciertos valores, que su imagen se fue alimentando de una cierta aura mística, ésa que sólo se confiere a las grandes personalidades, toda esa escogida masa de gente famosa a la que se mira con lupa y se imita como modelo ideal de comportamientos. Por esa razón, quizá, su cogorza sea objeto de noticias en primera plana, como si el hecho (lamentable en sí por la contradicción tan grande que en él se encierra) fuera precisamente más condenable tratándose de quien se trata. No en vano salvó a alguien de una muerte probable, pero con su conducta al volante, tal vez provocaría el efecto contrario. Son los efectos que tiene esta práctica común entre nosotros los mortales. Ya lo dijo Juan de Mena cuando visitó el palacio de la Fortuna. La rueda de nuestro presente no hace sino girar. A Jesús Neira le toca otra vez un inesperado girón, como si no se supiera ya, a estas alturas, que la perfección humana no saltará a la vuelta de la esquina. Peor aún es el regocijo que, especialmente a alguno que yo me sé, le provocará esta noticia. Al tiempo.

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