domingo, 18 de mayo de 2008

MI AMIGA PILAR

Últimamente he andado algo perdido. He recordado algunos momentos de años cercanos que ya no son. Al hablar hoy con un amigo que con la treintena, trabajo fijo y esposa se ha matriculado en la carrera de Humanidades, creí oír otra vez de fondo a Silvio Rodríguez, llevando encima la vieja carpeta de folios entre los muros de la antigua fábrica de tabacos. Tal vez sentí el frío de los pasillos de la Facultad de Filología. Quizás, algún que otro poema en una libreta, una bici azul... una íntima amiga que me descubrió un mundo nuevo, la grandeza de Sevilla y su gente, desconocidos a pesar de que estaban tan cerquita de mi casa: el Amarillo o la línea férrea, ya ven. Mi amiga Pilar. La recuerdo tanto... Era una graciosa chiquilla que me confesó haber llorado en el vientre de su madre. Por eso, claro está, tenía ese encanto tan único envuelto en el misterio de su voz, su comprensión, su bondad. Pilar, que me agarró de la mano y me enseñó la amistad a través de la ventana de nuestra carrera, quizás está ahora más lejos (qué más me da el tiempo o el espacio hoy), pero seguirá riendo y escuchando como el primer día. De seguro, andará como la dejé, con sus personalísimas gafitas doradas, su pelo liso cortito, que tanto me gustó. Habrá dormido algo menos de lo acostumbrado, puede que por el último libro de la mesilla de noche, a lo mejor por la constancia en su tarea. Como siempre pensó en los demás, su trabajo tenía que ir encaminado hacia una labor callada, altruista sin fisuras. Cuando la tengo presente, sin saber por qué, en días que no están en el calendario, me reconozco un tipo extraño: Me veo otra vez con los demás en la playa, compartiendo horas, cartas y cuentos a media noche, viajando a Carmona con Valme para que disfrute de una copita junto a una vieja iglesia y comparta conmigo su compañía; pensando en el último día en que la vi. Por eso, me resulta casi imposible, me parece terriblemente inaudito no levantar el auricular e ir a buscarla. No sé si es eso mismo lo que le ocurre a ella. Sí tengo la impresión de que el tiempo, según para que cosas, crea una costra que parece inofensiva, pero separa a las personas pese a que advirtamos este proceso, lento, delante de nuestros ojos. Pero como todavía es mi adverbio favorito –lo repito sin cesar a los niños de 1º de ESO para que se enteren ellos también–, confío en que esos días felices volverán. Y recuperaremos el baile que siempre le negué. La volveré a mirar con mi media sonrisa, iremos al Sopa de Ganso como si nada. Nos despediremos con un solo beso. La oiré. Guardaré otra vez en un libro la hoja de aquel árbol del parque María Luisa. Sabed que son cosas que nunca le dije.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Precisamente porque son cosas que nunca dijiste es uno de los mejores artículos que te eh leído en este demasiado políticamente correcto blog. Recuerdos desde el Peñón.

Fae dijo...

Gracias, hermano. Me emocioné mucho escribiéndolo. Creo que su valor está en que, ciertamente, nunca se lo llegué a decir. Todavía, claro.

Anónimo dijo...

"Hoy es siempre todavía" es o pretende ser tu lema, ¿no? Pues, llámala, estoy seguro de que se alegrará de oirte y saber cómo te van las cosas. No pierdas el tiempo y deja de vivir en pretérito. ¿Por qué nunca se lo dijiste?

Fae dijo...

Pues llevas toda la razón, amigo ¿Triana? Nos vemos.