martes, 13 de mayo de 2008

NADA QUE PERDER


Tiene Conchita una voz demasiado dulce, al punto que se me hace algo desagradable cuando la escucho hablar por la televisión en estos programas de cotilleo que se hacen eco de alguno de los premios que le han otorgado como cantante revelación. No es éste mi veredicto cuando canta la muchacha. Me recuerda su fenómeno a la paradoja que sigue siendo Luz Casal. Tiene una voz horrible, nasal, constipada en su vida cotidiana, pero la concentra en armonía cuando entona, pese a los golpes de la vida. Como me confieso seguidor de la música actual pero, eso sí, desapasionado totalmente, voy conociendo poco a poco a las nuevas voces, cuando ya está todo el mundo cansado de saber de ellas. Así me ocurrió con Bebe, por ejemplo. Y en éstas estoy, dándole vueltas y vueltas al CD Nada más en el coche. Escucho la canción Nada que perder y me asalta una terrible melancolía. Sabrá ya el lector de qué trata la canción, pese a que yo la descubriera hace un suspiro. Más que la letra, que no es artificio ni portento de rima (continuas repeticiones, finales en aguda) es envolvente y arrebatadora su música. Sabe Cochita que es aquí donde las canciones triunfan. Su voz, que se torna en cándida e inocente, es un arma que atrapa a quien escucha. Como a mí, que me ha devuelto recuerdos pretéritos y momentos personales. Considero, en fin, que he vivido, porque tengo pasado. He puesto banda sonora a los sentimientos, que resumidos en esta canción, me vuelven a reencontrar –otra vez– con la necesidad de no olvidar, no intentarlo aún. Vivir, recordar. Aunque dicen que la distancia es el olvido, estoy seguro de que el apreciado lector compartirá conmigo que ni la lejanía espacial, ni la temporal, son fuerzas suficientes para hacernos ausentes a la llamada de nuestros deseos, preocupaciones o ideas. Conchita luchó por su antiguo amor. Yo, por otro lado, y como el protagonista de la película Solos en la madrugada, que he visto ahora, 30 años después de su estreno, sólo me mantendré en mis trece para mejorar, pero sin olvidar, sin olvidar quién soy y de dónde vengo. Dicen que la melancolía es un estado continuo y profundo de tristeza…

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