viernes, 20 de junio de 2008

CÉSAR, DE HUESCA

Recuerdo muy bien la primera vez que lo vi. Él no lo sabe. Como en el caso de Pilar, tampoco se lo conté nunca. Iba al instituto montado en la furgoneta del padre, y yo le veía en la esquina que cruzaba hacia el barrio de La Moneda. La mayoría de las veces, con una cuña o una caracola de chocolate entre las manos. Desayuno sobre la marcha. Más tarde, descubrí que aquello no era una casualidad. Aunque nunca falta a una cita, puntualidad no es su sustantivo preferido. Era nuestro primer año en el ‘Virgen de Valme’, pero no coincidimos. Dos años más tarde sí, y desde segundo de BUP ha sido un amigo inseparable, pasando por COU y la Facultad de Filología. Está junto a mi lado en la orla de fin de carrera, bailamos (lo intentamos, al menos) en aquella fiesta, pasamos muchas horas juntos hablando de esto y aquello que es la vida, en fin. Pese a que la distancia se ha vuelto caprichosa, y su cercanía-lejanía es un impedimento a veces, Alicante está ahí al lado para cuando hace falta. Tiene César una capacidad como pocos para conversar, más de lo divino que de lo humano. Mide el tiempo por cigarrillos, que no por segundos o minutos del reloj. Cuando no sé de él por una temporada, extraño su ausencia de aire tan desenfadado, sus composiciones musicales o su poesía cosida con versos del alma.
Cuando conoces a César (al que yo apodo de Huesca, sólo porque en mi cole había un homólogo de esa procedencia, sin más) te das cuenta de que es un animal nocturno. Su ciclo vital carbura mejor de madrugada. Con su original música de fondo, una copita, inconfundibles manuales y libros desperdigados por la mesa, folios manuscritos entremedio, la noche (carpe noctem) le toma, y todo se para. Por eso, si cierro los ojos me veo con él mirando al cielo de un verano en la azotea de Las Ganchozas, la brisa fría de una playa en Valderagrana, un balcón semiabierto en Alicante cuando la nit del foc. César te mira de frente, te ofrece su cariño incondicional como si tal cosa. Una entrega, a su manera, tan especial que sería imposible rechazar. Nunca.

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