jueves, 5 de junio de 2008

ETERNAS SUCESIONES DE DIFUNTO


Me preguntó ayer una alumna por qué Quevedo habla de que la muerte está muy presente en la existencia humana. Le respondí usando su famoso endecasílabo: Eternas sucesiones de difunto. Y nos quedamos tan tranquilos haciendo referencia a que, efectivamente, la visión más pesimista, angustiosa de nuestra vida está en que vamos cumpliendo etapas que por perecederas, parece que no volverán. Y Don Francisco señala la cercanía de pañales con mortaja; vida cruel y efímera, en fin. Pero, aunque atrapado por la fuerza argumentativa de su soneto, creí rebelarme al menos por un momento de esta preocupación tan barroca. Es curioso. Estamos en esta vida de paso, convivimos al minuto con la muerte, nuestras creencias y costumbres aprendidas por los siglos de los siglos están relacionadas con la muerte. Cuando las procesiones de Semana Santa, los niños se acostumbran a ver al Señor muertecito en la cruz o en la urna, y no sienten reparo alguno. (Aquí un servidor, confesarlo he, no entró solo hasta la Capilla del Santo Entierro de Santa María Magdalena hasta bien entrado en años). Al poner la televisión, no nos invade por regla general la certeza de la tragedia, ahí enfrente, ni apartamos la vista siquiera. (Mi abuela aún lo hacía en los años 80 cuando veía a los negritos de Etiopía pasando todo el hambre del mundo). El verso quevediano responde a una época, una manera de ver el paso del tiempo. Ahora creo que no, que no estamos sobre aviso de esa presencia maldita, más o menos lejana, y ni falta que nos hace. Y que el vitalismo de hoy es necesario para salir hacia adelante. Ante la osadía de estar vivos, es el recuerdo un arma capaz de hacernos ver que no todo está perdido. Que lo que se fue y no volverá no es un asunto pretérito. Y está el porvenir, el todavía…

No hay comentarios: