miércoles, 11 de junio de 2008

NO TE MUEVAS


Era la historia de un amor imposible. La certeza única y veraz de que aquello no podía ser por más tiempo. Él se quedó a atónito. La miró hacia la ventana abierta de par en par a la noche. Ráfagas de luz perezosas recortaban la bella silueta de Judith. Mañana, sin más demora, su historia en común terminaría para siempre. Él se iría a un barco de pesca para componer canciones y pensar. Ella, arrastrada por condicionantes laborales, partía a Estados Unidos. Atrás quedaría el paraíso, perdido otra vez, sí. Él no quería tocarla. Pensó que sería una especie de traición, ya que no podría ser más suya. Se contentó entonces con mirarla. Así, sin más pretensión. Que permaneciera un último instante quieta, acaso también fuera inmóvil la felicidad que agitaba su ánimo desde aquella mañana en que la conoció. No te muevas, quiero conservar este momento fugaz, dijo con una voz entrecortada que antecede al llanto. Estrellas temblorosas en la madrugada reflejaban su adiós en un mar laso, muerto. En sus ojos, la fuerza de los ríos profundos, el recuerdo indómito de lo que nunca dejaría de ser.

No te muevas.
Quiero conservar este instante así:
tú junto a la ventana, como a contraluz;
echada en el lecho, queriendo mirar
los ojos profundos del sol
detrás de tu cuerpo feliz,
desnudo, desnudo. Y ya es
el día en que voy a partir.
No te muevas,
si puede estar quieta la felicidad,
si puede volverse de piedra el amor.
Convierte en estatuas los días y el mar.
Quizás te comprenda mejor.
O al menos conforme ya esté
repleto de piedras, sin sed,
el día en que voy a partir.No te muevas
y dime si es hora de irse a dormir.
Mañana me espera un sabor de mujer.
Lo tengo guardado en los ojos. Y sé
que un beso muy frío será,
el beso que no me darás,
las noches, los días después
del día en que voy a partir.

(Silvio rodríguez, 1968)

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