jueves, 3 de abril de 2008

TARAS VIRTUOSAS

Se imaginan ustedes que van a la peluquería y piden, pongamos por caso, un peinado muy concreto y le practican justo el contrario? ¿Y si solicitan que les hagan las piernas en la depilación por láser y se ven con las cejas despobladas terminada la faena? Imaginen que cogen un taxi rumbo a Sevilla y concluye el viaje, oh sorpresa, en la Recta de Los Palacios. Una señora, digamos Y, se dirigió al mercado. No contenta con el aspecto de los peros, probaba –leves bocaditos– cada pieza antes de echarla al canasto. Un señor, llamémosle X, aprovechó su tarde libre para ver un coche nuevo que le gustaba mucho. Estrella rutilante en mitad del concesionario, nuestro protagonista lucía espléndido varias marcas de rozaduras en las esquinas y puertas de acceso. Todo lo expuesto hasta aquí parece improbable ¿verdad? Pues en esta pequeña sección inaugurada como Diario del Fae resién casao (Hugo dixit) os diré que mi experiencia con la compra del mobiliario de la casa ha sido de esta guisa. Hacer ahora escrutinio sería tarea farragosa, máxime cuando, al contrario de los casos arriba señalados, en el reino de los muebles del hogar nada es lo que aparece en la foto, ése es el pan nuestro de cada día. De momento, llevo pleno en pérdidas de color, ligeros arañones y otras taras involuntarias. El último de la nómina motivaría que a Garcilaso se le despidieran las lágrimas sin duelo. Me cambian un cajón, que presentaba una herida brutal, posiblemente hecha por un monstruo marino (el mueble era de baño). El operario ufano, risueño y feliz a las nueve de la mañana, lo ha sustituido por otro con un picotazo en un extremo. Amén.

2 comentarios:

J10 dijo...

Todas esas taras mobiliarias terminarán convirtiéndose en señas de identidad. Imperceptibles y acompasadas con el paisaje casero. Cuando lleguen otras, serán bienvenidas, resignadamente. Y cuando un día aparezcan los críos (eso ya me lo dicen, no lo sé yo), uno acabará riéndose de la cursilería de los años mozos. Hoy es siempre todavía.

Fae dijo...

Llevas toda la razón, amigo Álvaro. Lo mismo me pasó con el coche. Duele tanto el primer rocetón...