martes, 29 de abril de 2008

LOS DELIMITADORES DE LA PRIMAVERA



Aprovecho en este titular la música de fondo de Silvio Rodríguez, para recordar una anésdota que nos ocurrió el pasado sábado en la carrera del Hospital de Valme. Resulta que después de saborear la calurosa, pero dulce mañana entre el desconocidísimo terreno aledaño al cortijo de Cuarto, cansados, satisfechos, viajeros de vuelta hacia los aparcamientos, pasamos cerca del campo de fútbol del Bellavista. Allí, detrás del muro del recinto, hablaban airadamente un señor mayor y otro de mediana edad por no sé qué de los balones del equipo. Como conozco de cerca el pelaje de los futboleros, entendí al instante que eran los encargados de recoger las pelotas que se salen por la tapia. A gritos, aspavientos y expresiones malsonantes pasaban la mañana, discutiendo acerca de la rapidez o no de su cometido. El resultado de su equipo estaba en juego. Acompañado de varios corredores de andar por casa, recordé el caso de cierto presidente de un centro cívico de la ciudad. Casi treinta años con un gran equipo de balonmano, que había jugado en categoría nacional varias veces... jamás nunca tuvieron un problema. La temporada que decidieron abrir el abanico deportivo hacia el deporte rey, se registraron peleas, insultos, altercados un domingo sí y otro también... No sé qué tendrá el fútbol, la verdad, pero es capaz de sacar a relucir los más bajos instintos del ser humano. Siendo más preciso, un querido amigo de la infancia me invitó hace unas semanas a que le ayudase con un equipo de Alevines de Fútbol 7. “Vente de delegado de equipo, illo”. “Bueno. ¿Y qué tengo que hacer, Javi?” “Pues nada, defender a tu equipo y corregir al árbitro...” ¡Venga ya! ¿A pegarle gritos a un nota vestido de negro para que un equipo de chiquillos de diez u once años gane? Gracias, pero no. Así está el mundo del balompié. Desde su infancia, esta disciplina crece y se desarrolla dentro de un ambiente hostil, agresivo, desproporcionado. Ejemplos como los aquí expuestos, insignificantes, son muestra de lo que sale cada dos por tres en la prensa. Ahora que conozco un poco mejor el atletismo, y aun avergonzándome de salir por ahí a correr sin que nadie me persiga siquiera, manifiesto con certeza que se trata de un deporte sano, integrador, en el que nunca aprecias un mal gesto entre la concurrencia. Muy al contrario, raro es que alguien te pase de largo (y a veces, con humildad celebro decir que paso de largo yo) y no te diga un “Venga, vamos, alé, alé”. En este fin de semana, en Bellavista, compartí kilómetros con un chavalín que iba sufriendo de lo lindo. Me agradeció mucho que siguiera a su lado para acompañarle. En los últimos minutos, se nos agregó un señor con cierta minusvalía en el brazo. Fue gratificante la unión que tuvimos tres desconocidos para seguir adelante. En fin. Os comentaré la última. Ya el domingo, en la rampa durísima de El Coronil, aquí el amigo Álex adelantó cerca de mí a un joven que participaba en una silla de ruedas. Como a cámara lenta, el tipo se quedó prácticamente bloqueado a la mitad; no podía más. Ni corto ni perezoso, mi compañero de trayecto le ofreció agua, se dio la vuelta sobre la marcha y lo empujó hasta la cima. Vivir para ver. ¡Gooooooooooooool!

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